Esta es una de esas recetas familiares que publico ocasionalmente aquí. Son de mi abuela materna, y van unidas a mis mas queridos momentos familiares.
La primera vez que vi hacerlos, fue a mi madrina, siendo yo muy niña, y ella me contó que mi abuela ya los hacía. Recuerdo perfectamente que en su casa tenía una de las primeras cocinas de gas que llegaron a España, pero no tenía horno.
Nos fuimos las dos a preparar los sequillos, como ella decía: a la casa del Burgo, (quienes me conocen saben dónde), porque había allí, una de las cocinas antiguas con fuego de leña, y buen horno para la época.
A ella le gustaba enseñar, y ponía todo de su parte para que yo comprendiera cada paso que daba en la cocina, - y en la vida- , y debo decir que aprendí muchas cosas de ella, que además solía apuntarse a los cursos de cocina que había en León.
Ingredientes
Estos son los ingredientes de mi abuela, yo hice la mitad, porque salen muchos, y me gusta variar.
½ kg. de manteca de cerdo
¼ kg. de azúcar
½ vaso de vino blanco (de los de agua) escaso
1 kg. de harina abundante
Elaboración
Precalentamos el horno a 200º.
Batimos la manteca con el azúcar, y cuando está bien mezclado añadimos el vino blanco, y seguimos batiendo hasta que todo quede integrado.
Añadimos entonces la harina poco a poco y amasamos.
Extendemos con el rodillo, una capa de un cm. de grosor y cortamos.
Ponemos al horno hasta que cojan color, aproximadamente 20 minutos.
Al sacarlos, antes de que se enfríen, los pasamos por azúcar.
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